En un encuentro entre estudiantes del nivel secundario del Gran Buenos Aires, la investigadora colombiana la Dra. Patricia Granada, explicaba la importancia de la socialización de los conocimientos, de las investigaciones científicas, de la generosidad del investigador que abre su trabajo a otros. Atentos los jóvenes miraban extasiados a esta pequeña mujer, en cuanto a su contextura física, pero enorme en su dimensión personal y profesional. La observaban, seguían sus condimentados relatos sobre la vida concreta de un médico, las pasiones y entusiasmos de un investigador, los dolores humanos de quien ve en la realidad no sólo problemas científicos a plantear, a formular y a indagar, sino personas sufrientes que merecen que la ciencia esté al servicio de sus dificultades, al servicio de la búsqueda de soluciones reales y concretas. Las Ciencias Humanas están para ello, y para ellos.
Hoy se encuentra este texto en una red social y el círculo de reflexión se cierra, dos puntas de un hilo casi infinito se unen para anudarse y ser más fuerte:
"Queridos colegas: Les comparto la investigación "Portación de armas en la escuela: Procedimientos usuales frente al problema en el periodo 2005-2007" Si bien refiere al periodo 2005-2007, y las formas de abordar situaciones de este tipo han cambiado, creo que en el documento pueden encontrar información de gran utilidad para analizar en el 2017. En caso de estar con poco tiempo para leer, les recomiendo la sección conclusiones en la página 96. Pueden ver la investigación en la home de www.anaprawda.com"
Qué orgullo tener este tipo de investigadoras, mujeres, bravías y apasionadas, luchadoras por un mundo mejor desde la academia, desde la teoría pero siempre mirando al mundo concreto, siempre caminando calles comunes, siempre hablando con la gente, siempre observando y analizando realidades para que esta tan famosa Ciencia de su palabra con un sentido realista y práctico.
Los universos "teoría-empiria" están unidos. Gracias a la generosidad, a la amplitud, a la apertura los futuros investigadores del mañana, los jóvenes de hoy pueden conocer, preguntar y valorar a la ciencia como esa actividad humana que trabaja para mejorar la realidad.
Gracias a Patricia Granada y a Ana Prawda por sus trabajos y desarrollos profesionales y por sobre todo por la calidad de personas que poseen.
Ciencia compartida y abierta, resiliencia sociocultural asegurada.
13 julio 2017
08 julio 2017
Escuela resiliente, comunidad reunida.
Una escuela resiliente no es la que llena sus espacios de slogans publicitarios. Una escuela resiliente no es la que manifiesta hacer actividades maravillosas, no es aquella que se aísla, que cierra sus ventanas y sus puertas herméticamente y que por dentro vive una pena desgarrante por sentirse invadida, estallada y superada por una realidad que no entiende.
Una escuela resiliente es la que asume el presente, no lo niega, lo reconoce y se mira. Se observa, se analiza, hace una introspección cuidadosa para reconocer sus potencialidades y sus recursos (de todo tipo), la que hace un balance de lo que posee, de lo que necesita, de lo que aspira y vuelve a pensarse. La inmovilidad y la impotencia no ayudan.
La resiliencia no es un discurso facilista, una receta de un sistema perverso que hace creer que hay que adaptarse al riesgo, a la adversidad amenazante y a los problemas. La resiliencia plantea un "Yo soy" no individualista, un "Yo puedo" sin falsas expectativas. La resiliencia sociocultural plantea un yo que reunido en un nosotros asuma el "desafío" de desafiar a la realidad, a las construcciones sociales y culturales que quitan libertades y derechos... pero también de construir algo distinto, porque ese nosotros es y se siente diferente. Ese nosotros, que nace del encuentro, del mirarse cara a cara y conocerse, del preguntarse y responderse en libertad, de la búsqueda de nuevas respuestas colectivas que nos identifiquen y nos unan, es distinto.
Cuando en un anochecer de un viernes lluvioso, de un invierno gris y húmedo, uno llega a una escuela que abre sus puertas, que ofrece una taza de una bebida caliente, muchas sillas vacías en círculo para que sean ocupadas por madres, padres, abuelos, chicos, hermanos, docentes, que convoca a una reunión que busca unir, que permite un tiempo de palabras, silencios, imágenes y sonidos, que facilita un agradecimiento sincero y un abrazo generoso... esa es una escuela resiliente, que permite que la noche aún lluviosa y oscura brille con la seguridad y la confianza en un otro que acompaña, en una esperanza activa que empuja a seguir y a seguir haciendo, sabiendo que estamos colmados de preguntas pero que tenemos con quién y con qué responderlas.
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Una escuela resiliente es la que asume el presente, no lo niega, lo reconoce y se mira. Se observa, se analiza, hace una introspección cuidadosa para reconocer sus potencialidades y sus recursos (de todo tipo), la que hace un balance de lo que posee, de lo que necesita, de lo que aspira y vuelve a pensarse. La inmovilidad y la impotencia no ayudan.
La resiliencia no es un discurso facilista, una receta de un sistema perverso que hace creer que hay que adaptarse al riesgo, a la adversidad amenazante y a los problemas. La resiliencia plantea un "Yo soy" no individualista, un "Yo puedo" sin falsas expectativas. La resiliencia sociocultural plantea un yo que reunido en un nosotros asuma el "desafío" de desafiar a la realidad, a las construcciones sociales y culturales que quitan libertades y derechos... pero también de construir algo distinto, porque ese nosotros es y se siente diferente. Ese nosotros, que nace del encuentro, del mirarse cara a cara y conocerse, del preguntarse y responderse en libertad, de la búsqueda de nuevas respuestas colectivas que nos identifiquen y nos unan, es distinto.
Cuando en un anochecer de un viernes lluvioso, de un invierno gris y húmedo, uno llega a una escuela que abre sus puertas, que ofrece una taza de una bebida caliente, muchas sillas vacías en círculo para que sean ocupadas por madres, padres, abuelos, chicos, hermanos, docentes, que convoca a una reunión que busca unir, que permite un tiempo de palabras, silencios, imágenes y sonidos, que facilita un agradecimiento sincero y un abrazo generoso... esa es una escuela resiliente, que permite que la noche aún lluviosa y oscura brille con la seguridad y la confianza en un otro que acompaña, en una esperanza activa que empuja a seguir y a seguir haciendo, sabiendo que estamos colmados de preguntas pero que tenemos con quién y con qué responderlas.
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