Grupo de Investigación en Resiliencia Aplicada, (https://www.facebook.com/GrupoDeInvestigacionEnResilienciaAplicada/) ha iniciado sobre los perros como tutores de resiliencia. La idea es recopilar relatos en los que se narren historias con perros, en los que la resiliencia sea el ingrediente esencial, en los que se manifieste el rol de tutor de resiliencia de estos animales, que ocupan un lugar tan importante y trascendente en nuestras vidas.
La historia compartida con un perro, los días transcurridos con él, contienen hechos muy comunes y también muy extraordinarios, ambos son merecedores de la comunicación y de la socialización. Siempre impacta leer y saber qué le pasó o le pasa a un otro y siempre es saludable expresar lo que nos pasó a nosotros mismos. Poner en palabras momentos tan importantes para nuestra afectividad, permite alivianar emociones, curar heridas y volver a revivir sensaciones placenteras y felices.
A las personas que les interese el tema, que quieran ser parte de este proyecto y deseen participar contando su historia, pueden enviar su relato, escrito en Word, de no más de dos hojas o 1100 palabras, con tamaño 12 de fuente, a la siguiente dirección de mail:
resilienciasociocultural@live.com
o publicarlos como comentarios en la página de Facebook de Espacio R
https://www.facebook.com/espacio.resiliencia
Las historias tienen que ser sobre acontecimientos reales y vividos y anónimas. Es imprescindible consignar sexo, edad, tiempo y lugar de residencia o donde transcurre, como también incluir imágenes de los perros. No consignar datos de identidad. El envío de los relatos implica el deseo de hacerlos públicos y de colaborar abiertamente con una participación activa.
Todo el material será analizado por el equipo de investigación como material ilustrativo del estudio de caso que será difundido y dado a conocer en la medida en que se avance en el mismo. Las conclusiones a las que se arribe serán socializadas en tiempo y forma.
Los invitamos a difundir esta propuesta de producción escrita, que de por sí será una oportunidad para que las palabras manifiesten sentimientos y emociones, generando en el que las escriba y en el que las lea la posibilidad de reflexionar y sentir sobre nuestros afectos, nuestra capacidad para relacionarnos y expresarnos, en definitiva sobre nuestra capacidad de enfrentar y superar las dificultades de la vida, es decir nuestra capacidad de resiliencia.
Como disparador Espacio R presenta este primer relato.
Lola, luz en nuestras vidas. Rhin, un río para navegar.
Lola llega a nuestras vidas y a nuestra casa por un capricho. El capricho de tener otro cachorro, de vivir la alegría de tener otro bebé perruno, de detener el tiempo en la vejez de Moro, que siempre fue tan joven y que tanta energía nos había regalado, y también el proyecto de tener un perro de trabajo para hacer terapia con él y para ayudar a los demás.
Ante la avanzada adultez del chiquito amarronado y sus problemas de salud, el consejo de la veterinaria, al principio cayó en saco roto, pero después fue el fuego que encendía mi sueño nuevo: un cachorro.
Una amiga entrañable me dijo que tenía mi bebé: la única hembra de la camada de recién nacidos de su perra Jade. Dudas, idas y vueltas, días... hasta que un domingo de marzo del 2013, casi al mediodía, cuando un perro salchicha no apareció, cuando una feria de animales se evaporó, cuando él manejando el auto enfiló para Don Bosco, la vida se iluminó y sin tener noción del tiempo me desperté con un pequeño pompón blanco en mis brazos. Desde esos primeros instantes tiraba fuerte para estar con él, con el conductor del auto, con el que había dicho sí. Pero mi alegría era grande igual, el saber que mi corazón era el centro de la vida de Moro, quien dejaba cualquier cosa por estar conmigo, me dejaba disfrutar este nuevo amor liberada. Así ese primer mediodía fue único, un día medio fresquito y nublado se iluminó. Ese año que se presentaba desafiante, fue el inicio de un camino inesperado. ¿Por qué llegó Lola, ese día, ese año, a nuestras vidas? Lo anterior explica ese por qué, pero lo importante es para qué llega Lola a nuestras vidas, a mi vida. La respuesta la conseguiría tiempo después.
El pompón creció rápidamente y enseguida se convirtió en un rápido y ágil bichito que subía a las alturas y se movía casi como un gato. Sus manchas negras de vaquita, sus juegos, su constante presencia, su acompañamiento permanente en todo lo que hiciéramos, la convirtió en una imprescindible.
Así, sin avisar llegó el diagnóstico, sucesivamente más grave a medida que se profundizaban los estudios, y entre visitas a los médicos, ecografías, biopsias y otras cosas, el pompón se convirtió en una perra grande, una vaquita más grande que Moro.
Se nos escapó el bebé, decíamos y yo me lamentaba porque no había podido darle mamadera, como parte de ese juego de complicidades en el que nos reíamos para alivianar la pena. Así este cúmulo de energía y movimiento fue acompañando todos los momentos, fue incorporándose a los espacios que mi cuerpo debía habitar por un tiempo, la cama y el sillón... así se nos fueron pasando los días, entre sesiones de quimioterapia y de rayos, entre viajes a las sierras y al mar, al campo y a la ciudad... siempre con nosotros, siempre conmigo. Cada vuelta de la clínica estar en el sillón con Lola, hacía olvidar el sillón de la quimio. Ellos, los dos, sabían dónde estaba el dolor, un acercamiento suave del hocico, era el mejor calmante para una herida de cirugía. Los ojos brillantes me llevaban a mundos más alegres y felices. Con un joven desenfado y una necesidad de dar y recibir afecto la vaquita tiñó a la casa de otra luz.
Desde ese entonces no hay silla a la que no acceda, no hay sillón prohibido, no hay "pupina" (tenerla a upa en el regazo) que se le niegue, a todo llega... hasta que un "no" es lo suficiente firme como para convencerla de que no podrá convencer a nadie con sus ojos y con sus patas insistentes.
Nos dio a todos una cuota extra de vida. Moro superó a su propio corazón maltrecho y a su carácter bravo de petiso cascarrabias y vivió varios años más, con cuidados y alimentos especiales sin sal, pastillas para cardíacos humanos varias veces al día y hasta comida en cucharita cada dos o tres horas. Se fue, sabiendo que el pompón ya era una vaquita fuerte y alegre que corría y jugaba lo suficiente como para hacer olvidar el cáncer, la muerte y esas cosas tan de los hombres.
Sin embargo, la vaquita cambió su forma de ser, con un dejo de tristeza, de seriedad y de adultez, cambió su carácter frenético por uno más maduro, más pacífico, más dormilón... ¿más cascarrabias como Moro? No, no tanto, pero cambió. Y allí, volvieron a aparecer los sueños de tener otro cachorro para cubrir todo lo que había quedado trunco. Los pensamientos mágicos son automáticos en el ser humano y siempre traen fantasmas. Así, cachorro era igual a enfermedad. Mi mente debía luchar con caprichos infantiles y con nubes de temor, que sólo se podían disolver si se las atravesaba. Y así fue que con Rhin, nos subimos a un avión súper inquieto y liviano para enfrentar los miedos.
Una promesa de realización en un parque de Santiago de Chile, una seguridad básica que impulsaba a hacerlo, un bebé rubio que traería mucho más.
Llegó este otro pompón, de ojos celestes, con la promesa de convertirse en un co-terapeuta oficial, con papeles y entrenamiento.
Así Lola, vio inundado su mundo tranquilo de sillones, con saltos elásticos de un río de energía que llega a todos lados y que moja y empapa de ternura lo que sea, cuando quiere dormir encima de alguien.
Pero, ¿cuánto costó este nuevo desafío, no en términos materiales sino espirituales? Nada de esto hubiera sucedido sin que el diálogo franco y el amor genuino de la familia no hubieran estado. Tener un perro, vivir con un perro, no es cualquier cosa, no es ir a comprar un osito de peluche... implica una responsabilidad, un trabajo y un esfuerzo, tiempo y quizás sacrificios, dolores y tristezas... pero también una inclinación de compromiso hacia el futuro, que impacta en el alma humana. Un otro depende de nosotros, pero en realidad empezamos a ver que somos nosotros los dependientes, los que los precisamos, los que necesitamos su patas firmes que nos piden cosas, sus ojos que bailan y hablan a la vez: Sus ladridos nos despiertan la conciencia de que el tiempo es efímero y la vida un instante eterno. Porque somos la suma de los espíritus de los perros de nuestras vidas, es que no podemos prescindir de ellos y es la razón por la que creemos que pueden ayudarnos, a nosotros y a otros.
¡Qué los ríos como Rhin inunden vuestras vidas! ¡Qué las vaquitas y pompones coloreen e iluminen vuestros días! Así las nubes negras vuelan y los fantasmas se espantan.
Ma. Gabriela Simpson