Lala, mi abuela, fue quien me enseñó a tejer.
Llené mis días de infancia viendo cómo se le iban las horas tejiendo. Tejía en el patio, en su sillón de caña de la galería, en la mesa del comedor diario, en el sillón del living... hasta en los paseos llevaba su tejido.
Lo único que procuraba en sus distintas ubicaciones es que hubiera un recipiente contenedor para su ovillo saltarín. Yo miraba a esa esfera alegre moverse, inquieto como ella... no parecía importarle que con ese giro rítmico de deshiciera, se achicara o desapareciera. Se me antojaba que se sentía mejor al ser parte de una trama, trabajada, entretejida. Lala ovillaba maravillosamente: nunca con una tensión apretada, ni con demasiada soltura para que el ovillo de desarmara. Yo era parte importante de ese proceso: sostenía durante horas en mis brazos las madejas que compraba, casi al instante de llegar a casa. Indudablemente era ansiosa, súper ansiosa... característica que, también indudablemente, heredé.
No podía esperar para ovillar todo el material del nuevo tejido que había ideado, soñado o proyectado, no siempre en función de necesidades reales, sino, generalmente por deseos propios. Como tenía una hija, una nuera, cuatro nietos y dos bisnietos, siempre había clientes. Y cuando incursionaba en algo nuevo lo hacía para todas las mujeres. Por ejemplo las mallas con hilo y lúrex (un hilo brillante y duro que hacía el tejido rígido y a veces "pinchante". Recuerdo mi bikini roja y dorado... cada una elegía el tono y ella se empeñaba en tener por lo menos cinco proyectos a realizar que le ocuparían, un tiempo significativo: su ansiedad hacía que lo que debiera durar semanas se convirtieran en días, ya que con las agujas entre manos, lo único que hacía era tejer: todas las otras actividades le pasaban a segundo plano y las resolvía lo antes posible para sentarse y "tejer", nada más. Esta situación era muy beneficiosa para los destinatarios del tejido, pero no para el resto. No se contaba con Lala para casi nada, sólo tejía y tejía, con una rapidez y determinación admirables.
Inventaba, puntos y tejidos, apenas miraba revistas o instructivos, probaba e inventaba. Así un día apareció con la idea del porta papel higiénico, cuando no se veía en ningún baño ni en ninguna revista de decoración. A la vez que innovaba reutilizaba, al porta papel que tengo en mi baño le puso como sostén una pulsera plástica de mi mamá que se había roto. A mí me tocó en color blanco porque la pulsera era blanca y había que reusarla. Creo que ni estaba pensando en mi baño propio, pero me lo tejió.
Sólo ese tejido y mi vestido de novia me quedaron de los tejidos de Lala, sólo esos dos y un par de agujas número 5, de metal azul, metalizadas... Como verán también heredé su manía de NO guardar nada, o de atesorar pocas cosas: te tiraba todo lo que se le cruzaba... era peligrosa, como yo.
En honor a ella, a Lala, el primer proyecto de Espacio R en la Línea Cedrón de objetos y casas, está este porta papel higiénico hecho con hilos recuperados y envuelto en una bolsa también reciclada.
Lala, un nombre que me sabe a aroma de lanas e hilos, un nombre con el que jugué para mi espacio textil, el nombre de Lala de Dios, una tejedora célebre, cuya vida y cuyos haceres son muy interesantes de conocer. Lala... parece que Lala es el nombre propio de los tejidos.
El tiempo pasa, el tiempo puede pasar, pero las esencias y los sentidos nos trascienden.
Recuerdo dos vestidos tejidos por Lala, para el casamiento de un primo, para mí rosa y para mi cuñada amarillo, los dos con diferentes puntos, cuando estuvieron litos nos los entregó con un par de aros haciendo juego, tengo los aros rosas colgantes, preciosos, el vestido no sé qué suerte corrió.
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