Ahora la familia R está agotada, cansada y desprotegida, no hay una red social que los contenga y ayude. Sólo cuenta con sus recursos psicológicos, porque los materiales ya se les acababan.
En medio de esa situación el padre de la señora R enferma de cáncer. Su pronóstico no es alentador, todo dependerá del estado del paciente, tanto físico como emocional. Los tratamientos son costosos y entre todos los hijos deben colaborar para sostener la situación, pero en el hospital obtienen una ayuda y un apoyo desde lo afectivo y social importante que los incentiva a seguir y los mantiene fuertes y unidos. Encontraron momentos de diálogo familiar, pudieron llorar juntos y también recordar viejos momentos en los que aparecieron dificultades. Entre lágrimas y sonrisas, recuerdos y chistes rememoraron momentos duros. El padre de la señora R expresó que aún encontraba razones importantes para vivir y que le daría lucha a la enfermedad. Los tratamientos no sólo eran costosos sino bastante dolorosos, su humor era cambiante y muchas veces aparecía enojado, pero el sostenimiento del personal del hospital y la tolerancia de su esposa y su familia, colaboraban con la situación para sobrepasarla.
La madre del señor R también comienza a dar señales de vejez y agotamiento. Cambió de médico y el nuevo, a parte de hacerle algunos cambios en la medicación que ya tomaba, conversó mucho con ella, le recomendó que asistiera a un centro de adultos mayores de la universidad donde daban cursos y talleres, muchos gratuitos y otros al alcance de una jubilada. Allí encontró gente que en un ambiente acogedor le ofreció una serie de actividades para realizar. Se anotó en las clases de yoga, italiano (idioma de sus padres que siempre había hablado mal) y de tango. Se reunió con su hijo y con su nuera y les comentó su decisión de cambiar de vida y aprovechar los últimos años que le quedaban, les dijo que no podía encargarse más de sus nietos todos los días y que si los sábados por la mañana ellos querían que fueran a su casa, ya que era el único día en que no tenía algún compromiso. Así los días se le llenaron de “haceres” que había elegido y que le permitían estar activa corporal, mental y socialmente. Las clases le ocupaban los días de semana y el domingo iba temprano a bailar a un centro de jubilados con sus compañeros de “tango”, hasta la nochecita. Ese día tan triste ya no lo era debido a los bailes domingueros en los que se divertía y estaba con gente de su edad, con la que planificaban y realizaban cosas adaptadas a su realidad y necesidades, ya no era un día vacío de contenido, como antes cuando durante toda la semana cuidaba a sus nietos, les lavaba la ropa y los extrañaba a horrores ese día domingo, el único en que no venían.
El hijo A está en plena adolescencia, descuida los estudios, sus calificaciones no son buenas y sus amigos de siempre no están: sus nuevos compañeros de aventuras no lo estimulan para lo mejor. No se queja ante los padres, no les muestra su incomodidad ante la situación de otra manera. Su escuela es una institución pública enorme, con cursos numerosos, una directora desbordada de problemas y sus profesores hacen lo que pueden entre un eterno ir y venir entre escuelas distantes unas de otras. No hay ninguno que le llame la atención por su comportamiento ni por su rendimiento. Sólo el preceptor le da señales de reconocimiento: firmas en el libro de disciplina, retos y actas, nada más.
(Seguirá el viernes próximo)
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